Capítulo 2, Parte 3 / O cómo un vaso de agua a veces baja por un millón de conductos que te irrigan a presión cada célula de tu cuerpo

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“…nunca dejes de leer la letra pequeña”. La frase me ha seguido dando vueltas en la cabeza hasta las nueve, cuando ya he decidido ponerme en pie. En la casa reina un absoluto silencio; todavía no han llegado.
Como cada vez que no paso una buena noche, o que me quedo un rato traspuesto en el sofá, me levanto… Y pareciese que mi cuerpo no estuviese diseñado para caminar erguido. Me flaquean las rodillas y veo cómo a mi alrededor empiezan a girar un montón de lucecitas blancas, en un perfecto círculo que me rodea con rigor físico pero no amenaza con acercarse. No obstante, tras unas pinceladas de desorientación y un par de pestañeos potentes intencionados, aspiro una fuerte bocanada de aire y me recorre un viento que podría ser de los Alpes, que me llena de energía hasta el último escondrijo de los pulmones. Hoy siento algo poderoso, como beber un vaso de agua y tener la sensación de que no baja por el esófago, sino por un millón de conductos que te atraviesan el pecho e irrigan a presión todas las células de tu cuerpo.


Hoy será un gran día. Nunca creí en ese instinto que te acomete al despertar que te susurra que esta o aquella jornada será especial sin que tú hagas nada por que lo sea. “Acuéstate con mil chicas y verás que ninguna es más especial que las demás” me dijo una vez Neil Strauss. Pues, ¿por qué iban a existir días distintos por su propia naturaleza? La homogeneidad de tantos y tantos días dispuestos en tantos y tantos meses se tragaría cualquier intento de distinción por parte de alguno. ¿Por qué iban a comenzar algunos días siendo mejores? ¿Por un affaire del destino? ¿Por el batir de alas de una mariposa en Hong Kong? Los días serán distintos porque te esfuerces en buscarles las cosquillas y en sacarles virtudes, resquicios que te aporten algo, que te sirvan oportunidades. Porque le eches un gran saco de ganas. Como con ellas. Pero hoy me siento diferente. Más vivo.

Hoy cualquier canción me hace dar saltos y querer saltar por la ventana sólo por ver qué pasa. Y es que a menudo lo pienso… Estar en el alféizar de una ventana de un sexto y pensar: ¿y si salto? Es muy fácil, primero una pierna, después la otra… Zas, y al vacío. Como decía mi sueño. Y en realidad, sólo hace falta que mi cerebro envíe una onda a mis músculos. Pero instantáneamente siempre me digo: “sabes que no lo vas a hacer, y por eso te permites pensar en ello con tanta soltura. Por muy fácil que sea, el espacio entre saltar y no saltar es un abismo porque simple y llanamente, estás cuerdo”. Aunque, si esa es la prueba de la cordura, creo que los manicomios son una institución muy elitista que sólo elige a los que saltarían sin dudarlo dos veces.
Esta mañana no arrastro tanto los pies de camino al baño. No parece lógico que después de una triste noticia me sienta con tantas ganas de comerme el mundo a bocados. Pero soy más liviano, una ráfaga por la ventana y voy volando a renovar el DNI. Uf. La burocracia de la cartera de cuero siempre me trajo de cabeza. Pero hace ya dos meses que cumplió, y ya decía Murphy que basta que creas no necesitar renovar papeles para que toque al timbre una necesidad exterior que te exige el cumplimiento de unas normas que poco tienen que ver con la vida cotidiana.
No. No me miro al espejo. Nunca me miro al espejo por la mañana. A la ducha sin pensarlo. No tengo por qué rendirme cuentas a mí mismo por la mañana. Para eso ya están mejor los demás. En cuanto salga al mundo exterior me juzgarán un par de veces por minuto, para qué añadir una unidad más al contador. Entro en la ducha y cierro la cortina. ¿Esponja verde? ¿Dónde está la mía? ¿Gel para piel seca? ¿Dónde están mis cosas? No puedo con Diego… Su cabeza es una obra de la genética, pero el sentido del orden se lo dejó tirado en la calzada el día en que se cayó de la bicicleta en Valdemorillo. Y las ganas de que el agua fría cubra cada centímetro de mi piel y me envuelva en otra dimensión, la del mundo de los despiertos, es mayor, mucho mayor que las ganas de ir a buscar mis útiles al otro baño, o a la despensa, yo que sé.

Capítulo 2, Parte 2 / O cómo algunos creemos que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud

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Creo que he vivido la noche más surrealista de mi vida en una cama. Y aunque parezca un chascarrillo que puede sonar a poca experiencia sexual, me refiero a dormir. Vale, que es lógico y normal dormir poco la noche que te enteras de que a tu madre le queda poco tiempo de vida, sí. Por eso me he dormido a las tres de la mañana y sólo conseguí pegar ojo por agotamiento mental. A menudo me imagino mi mente como en los documentales del sistema nervioso: un sinfín de latigazos de luz a velocidades que se ríen de la de esta última. Una estampida de haces de ideas supersónicas chocando sin ningún sentido, derivando en destellos estrellados, con el único objetivo de no sacar ninguna conclusión y volver al principio. Al principio para el cual no hacía falta ningún latigazo de luz hiperveloz. Al principio que puede escribir un niño pequeño en el suelo con una rama, porque es así de simple: ¿por qué mi madre? Creo que lo que más me molesta es tener que fingir buena cara el mismo día que me entero de la noticia por el mero hecho de que la afectada sea tan optimista que parezca que nada le importe. Las cosas pasan, sí, y se asume, pero quiero unos días de margen, ¿no? Siempre he dicho acerca de la gente que no me merecía la pena que “Algunos creemos que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud”. Aristóteles sabía del tema. Pero el caso es que nunca había visto la igualdad desde su segunda afirmación. Así que ahora tocará decir que “Algunos creemos que para estar sano basta con desear la salud, como si para ser amigos bastara con querer”. O más bien, “algunos creemos que porque uno sea una más o menos buena persona, no tienen que pasarle cosas malas a los seres queridos, y si deseamos que no sea así cuando ya es inminente, el firmamento nos debe algo y lo arreglará… Como si para ser amigos bastara con querer”. Qué enrevesamiento, por Dios. Y son las seis de la mañana.


Tres horas de sueño. Y por ello digo que ha sido mi noche más surrealista, porque yo sólo sueño cuando no quiero ir a clase y atraso el despertador. Pero soñar estando profundamente dormido… No sé. Como siempre, no me acuerdo muy bien. Pero no tengo en la memoria una historia resumida, tengo retazos nitidísimos y claros totalmente vacíos de información. ¿Soñar por la noche? Yo no. Igual es que no estaba profundamente dormido. Igual estaba esperando oír la llave en la cerradura… Pero claro, no quisiera haber bajado en caso de que llegasen, no me apetece montar un número melodramático de hijo desesperado. Las cosas, como son. Y aunque apenas me acuerde del sueño, ha sido tan real… Qué afirmación más típica. Pero esta vez lo digo en serio. No sabría describir la sensación. Estaba en una sala azul. Señorial, como un buffet de abogados. Como el despacho del malo de Prison Break. Pero sentado en la silla giratoria y tapizada con algún tipo de cuero delicioso al tacto. Las puertas se abrían y entraba yo mismo. También típico. Pero no era yo, era otro yo. Era un yo que sabía algo. Y con algo quiero decir ALGO. Como si tuviese las respuestas para todos los interrogantes de la vida, esas que se hacen y que se intentan responder en los canales culturales. Hoy estoy pesado con los documentales… Era otro David. Pareciese que aquél David fuese más inteligente que yo, pareciese que nunca podría sorprenderle en una conversación. Quiero decir, en una conversación que no fuese acerca de los interrogantes de la vida, que eso es obvio. Como si fuese una versión al 110% de mí mismo, de forma que sabe todo lo bueno que soy capaz de dar, pero además el tiene un par de ases en la manga. Era un David con una novia más guapa que la mía. Con una novia que se rompiese de guapa, pero que no querrías ni pretender tirártela porque no te la tirarías ni la mitad de bien que él. Y no creo que saber todos los interrogantes de la vida le hiciera interesante a simple vista. De hecho, creo que a mí me harían más infeliz. Pero era otra cosa: era el contexto. Era el saber estar. Era su puta media sonrisa. En el sueño estaba muy nervioso por culpa de la media sonrisa. Además, el holograma de mi versión mejorada se pasó los cinco primeros segundos del sueño parado en el umbral de la puerta. Y sólo me dijo, antes de entrar una estupidez:

“David, es hora de que saltes al vacío. Pero no te lo creas, y nunca dejes de leer la letra pequeña”.

Capítulo 2, Parte 1 / O cómo a veces busco con la mirada un conejo blanco que me lleve a donde quiera

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Giro la llave dentro de la cerradura y empujo creyendo que no acciono una puerta, sino una losa. Ni siquiera tiene bisagras: es una puerta corredera. Ya no hay llave. Por un momento me transporto a otro mundo y creo estar arrastrando una puerta secreta de piedra de algún templo que me lleva a algún rincón apartado, a una salida, a una oportunidad. Es una sensación extraña, mi maldita imaginación me juega malas pasadas a menudo. Pero cuando veo el interior de la estancia despierto de mi ensoñación al comprobar que allí no hay nadie. Esperaba una familia abatida, algún familiar en silencio, un vecino consternado. Pero sólo me recibe Figo con su esquiva carrera desde la cocina escaleras arriba. Por algo será.
En medio de ese erial, prácticamente veo el cielo abierto. Me hubiera gustado fundirme en un abrazo con mi madre y llevar a cabo el ritual que dictan las escrituras que debe hacerse para dejar claro que quieres a alguien y la apoyarás hasta el fin. Pero cuando las cosas están claras, veo ese abrazo redundante. Sincero, claro, pero no me gusta hacer lo que aunque me apetezca hacer, de todos modos estaría obligado. Así que prefiero escaparme, evadirme, esconderme hasta que pase la marea y asomar la cabeza cuando aún huele a salitre, pero ya se ha calmado todo y nos podemos dejar de evidencias.





En esa cueva, toda oscura, me preparo para irme a la cama. Son las once de la noche, estoy cansado, porque la cabeza cansa más el alma que las carreras que pueda pegarse el cuerpo, y tiene pinta de que allí no va a venir nadie hasta bien entrada la madrugada. No tengo ni idea de dónde estará todo el mundo, pero esta noche me importo yo. Porque en esta situación, sabiendo que alguien va a dejarte, no soy capaz de compadecerme de nadie. Quiero ser egoísta, y plantearme la cuestión: ¿por qué? ¿Qué es lo que he hecho yo? No es justo. Quizá sea un pensamiento infantil e inmaduro, pero a mí no viene nadie a regalarme nada, y ahora, sea quien sea, alguien está a punto de arrebatármelo.

Y en estas estoy, duchándome, cenando cualquier cosa, como un robot, como llevado en volandas por el instinto y la rutina antes que por el raciocinio, a ratos nadando en un mar de lágrimas, a veces distraído por las divagaciones de la mente que ese ladrón de seres queridos me dio en su día. En esas estoy, queriendo que todo cambie. Que mañana sea otro día. Bueno, mañana será otro día, de eso no hay duda. Pero ojalá fuese todo diferente. Ojalá me despertara en un mundo donde las cosas que escapan a mi control no duelan tanto.
Cuando estoy a punto de saltar a la cama con la esperanza de que se doble, me mastique con los muelles del colchón y me devore, veo una nota en mi escritorio. Es la letra de mi madre, que reza así:

“Estamos en casa de tu abuela, en Madrid, porque mañana tengo que ir al médico. No quería que vinieses porque tu padre me ha dicho que mañana tienes cosas que hacer e iba a ser muy difícil convencerte de que no lo hicieras.
David, acuérdate de una cosa, que nos conocemos, piensas demasiado: puedes estar triste cuando a mí me veas triste. ¡Que no sea tu madre más valiente que tú!”.

Odio las frases lapidarias de mi madre, sería una buena abogada, porque está repleta de falacias incontestables. Que ella sea una sonrisa andante llueva o truene no quiere decir que hoy yo no tenga derecho a estar queriendo con todas mis fuerzas que mañana el mundo sea otro, me despierte en Neptuno, vaya a clase en mi nave espacial intergaláctica de los cojones, tenga que matar por el camino a un par de cazarecompensas que me quieran atacar con sus espadas láser en busca de unos cuantos rublos espaciales de nova, me secuestren dos semanas para que les ayude, con mis conocimientos navales, a crear el arma definitiva para derrotar a la reina de la séptima luna del planeta X-DYE, y me hagan pasar infinidad de calamidades… Deseo que mañana el mundo sea otro, que cambie todo, pero que al llegar a casa no tenga una familia incompleta. En el contexto que sea.
Decididamente, hoy seguiría al conejo blanco por cualquier madriguera. Y es cierto que una vez me dijeron que tuviese cuidado con lo que deseo… Pero no creo que nadie ni nada me dé la oportunidad de arrepentirme de las ganas que me recorren las venas de tirarlo todo por la borda y ser mañana un ignorante y comenzar de nuevo, que nada me preocupe. Quisiera ser un bebé de nuevo, y tener que aprender a hablar, caminar, coger el teléfono y ser capaz de colgarlo sin tirarlo al suelo. Sería emocionantísimo. Porque entonces iría al grano, no perdería el tiempo mirando el móvil en la cuna: centraría todo mi potencial de aprendizaje que tendría como bebé en convertirme en un adulto que se acercara lo máximo posible al control de las propias emociones.

Capítulo 1, Parte 8 / O cómo la frase "aunque tú me odies, yo te quiero" es más que un bonito nick del Messenger

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Me despido de Alberto y Laura esbozando una sonrisa de regalo, para tranquilizarlos. Porque las sonrisas tienen un precio. Las espontáneas son gratis, y se pueden considerar un regalo, sí, porque nunca una sonrisa, que no una risa, ha portado maldad. Yo me refiero a sonrisas de regalo. Las que a pesar de no apetecerte, existe alguien que las necesita. Esa es la sonrisa que envuelvo a la pareja, una piadosa, un poco mentirosa.

Camino hacia casa, con la cabeza gacha, no por abatimiento, sino por pensamiento acelerado. No puedo parar de pensar en lo que probablemente se avecine… Siempre me ocurrió. Buscar remiendos para los problemas antes de que se confirmen como tal. Impaciencia, divino tesoro. En el momento en que las llaves no están, como siempre, en el bolsillo derecho, antes de pensar dónde he podido dejarlas ya comienzo a imaginar excusas a un récord seguramente inalcanzable para cuando llegue la hora de pedir una copia a papá. Y ahora todo un sinfín de situaciones se me plantean, y todas sin una madre que esté ahí para estar orgullosa, o enfadada, alabándote o lanzándote los objetos de la habitación a la cabeza. No importa tanto el contenido de la relación, importa que esté ahí. Para lo que sea. Se me anudan las cuerdas vocales y me palpita la sien de pensar en volver a casa y que sólo sea un edificio, un edificio en el que no viven mi madre y mi padre. Con veintipocos me gusta saberme el dueño de mi vida, viajar a Londres, París o Manila, decidir qué hacer hoy sólo cuando me levante por la mañana y no antes, cantar, saltar, reírme hasta conseguir ese reconfortante dolor abdominal y ser libre, no dar explicaciones a nadie, pero esa sensación de estar saboreando la edad adulta sin responsabilidades que la justifiquen sólo es posible si tienes una familia que siempre te recogerá con los brazos abiertos aunque llegues gateando con un nivel de alcohol en sangre asombroso jugándote medio curso al día siguiente. Aunque no seas lo que ellos querían que fueses. Aunque seas el hijo menos deseable que dos personas en su sano juicio, con un gran amor uniéndolos y toda la vida por delante, podrían desear. Porque eres “suyo”, no de su propiedad, no porque se identifiquen contigo o al mirarte vean un vástago al que poder amoldar a su manera para conseguir lo que ellos no pudieron… Si no porque por alguna razón, que quizá tenga que ver con compartir unos genes o no, te van a querer. Y sólo soy realmente consciente de ello desde que un día mi madre me dijo, habiéndome enfadado yo por no conseguir el juguete o la chuchería que desease en aquel momento:

-Hijo, acuérdate de que aunque tú me odies, yo te quiero.-

Y con aquella oración llego a la puerta de casa, por segunda vez hoy, apenas unas horas después, y todo luce tan diferente… Ojalá pudiera presionar un botón y manejar la vida como una jarra en un torno. Advertir que hay un error, o algo que no debe ser así, y solucionarlo con poner el dedo y ver la vida girar. Así debían sentirse los dioses en el Olimpo. Manejar la vida con los dedos y a base de soplidos tiene que ser divertido. Bueno, por un tiempo. Rara vez se ve a Zeus sonreír en las pinturas.

Capítulo 1, Parte 7 / O cómo a veces se agradece más el silencio que un consuelo demodé

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-Chicos, es mi madre… No se encuentra demasiado bien. Veréis, no quise decirlo antes porque no me apetecía que se supiera antes de saber qué era, y como el final fue feliz, me pareció innecesario. Hace unos meses empezó a sufrir dolores en el abdomen de forma repentina, y hasta la cuarta visita al médico no parecía tener causa aparente. Fue entonces cuando le diagnosticaron un quiste en el páncreas.-
-¿Qué es eso? –pregunta Laura con el gesto un tanto quebradizo, como siempre que habla de enfermedades. Es una hipocondriaca convencida, hasta el punto de que su madre le prohibió ver el telediario ante el gran número de epidemias descritas por Matías Prats que contraía su hija.
-Una especie de saquito, con una membrana propia, lleno de fluidos y que sólo pretende dar por el culo allá donde se sitúe, que por cierto es donde mejor le parezca a él.
-¿Como un tumor?-
-Parecido, sí.-
-Bueno, ¿y por qué fue feliz el final?-
-Porque resultó ser benigno. Los quistes no tienen por qué hacer daño al organismo, puede que exijan un tratamiento preventivo, pero pueden ser benignos. Éste lo fue. Pero no es éste el motivo de la llamada de mi hermano. Es que puestos a jugar a las cartas, os muestro la baraja entera. Hace unos días le diagnosticaron problemas en un ovario.-
-¿Otro quiste?-
-Un tumor. Y de los malos – noto como la mano de Laura aprieta la mía con fuerza. Puedo sentir los latidos de su corazón mediante los golpecitos que da la piel de sus manos entre las mías. Alberto no sabe qué decir. La gente normalmente no sabe qué decir ante estas situaciones, porque el “lo siento” es evidente y no arregla nada. Yo prefiero el silencio. Son silencios más cómodos que el intercambio de consuelos demodé, apresurados y torpes. Si no innovan, si no te arrancan una sonrisa restándole importancia o dice algo para levantarme el ánimo que no me haya podido imaginar que me dijesen... Prefiero el silencio. De todas maneras, no hay por ahí muchas personas con capacidad para sorprenderme. Además, hay confianza para obviar las formalidades. A menudo es más cortés callarse en determinadas situaciones que decir lo que se supone que hay que hacer. Una extensión más de la filosofía del hacer lo que apetece y se considera mejor y más rentable, no lo que debamos o es lógico.
-Lo siento… - susurra Laura.
-Se lo han descubierto avanzadísimo. De hecho, los médicos no entienden que no se percatase antes de que algo no iba bien dentro de ella. El tumor está muy desarrollado, pero los síntomas más naturales en estos casos son inflamación abdominal, dolor, dificultad para digerir… Muchos de ellos coincidentes con los problemas en el páncreas.-
-Pero… El ovario no está donde el páncreas…-
-No, pero un tumor como el que han descubierto ahora está provocando un fallo multiorgánico que desvía la atención hacia demasiados sitios. Nos han dicho que no nos hagamos ilusiones. Es muy difícil que salga de ésta. – ahora es ella la que no sabe qué decir, y la imagen se queda congelada. Parece que se sorprendan ellos más que yo. Cuando algo horroroso te ocurre a ti, la asimilación es acelerada, te conciencias y apuestas por salir lo más rápido posible del callejón, porque a menudo caminas por él para acabar deslumbrado delante de la tapia que indica que no tenía salida. Y entonces te arrepientes, porque en realidad sabías que por ahí no se iba a ninguna parte. Estabas convencido, pero no lo querías reconocer. Ahora bien, una mala noticia de otra persona asusta, y el miedo es a veces peor que la certeza. A la certeza te enfrentas; ante la mínima duda o posibilidad temes, temes y tu imaginación vuela para crear toda una serie de catastróficas y similares desdichas ocurriéndote el mismo día y a la misma hora, pero sin saber qué día ni a qué hora. Vuela como el buitre que espera a que su presa exhale el último aliento. Juntas todas las desgracias que has oído ese año para convencerte de que algún día te vendrán a ti todas de golpe, porque nadie está a salvo de nada, la vida nos trata con el mismo rasero. ¡Somos polvo en el aire a merced de tantas casualidades que tienen que darse para que podamos considerarnos felices! Lo que me toca, por esta parte, es soplar para ir allí adonde yo quiera.

Capítulo 1, Parte 6 / O cómo las bajas montañas se ríen de Villanueva de la Cañada

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Salimos de casa como algún equipo de un deporte ficticio de tres personas en que el capitán vaya delante con cara de preocupación y los otros dos jugadores, una jovial pareja que se pregunta qué le han comunicado al capitán por teléfono para que le tiemble la voz. El capitán delante, y sus secuaces detrás.

Las noches de abril en Villanueva de la Cañada poseen un aire característico. No es ni norte ni sur, pero goza de una personalidad propia que no es mezcolanza de ninguna latitud. Es el centro, perdido en donde sea, con su gracia propia. Es a menudo un sol agradable, a veces hiriente si se enfada, pero con una brisa fresca que te recuerda lo cerca que están esas montañas que observan el paraje con una sonrisa burlona. Porque chalets, más chalets, universidades y terrazas, son un amago de ciudad. La distancia con la capital de España no es lo suficientemente grande como para que un par de bloques de pisos no aspiren a que algún día llegue el metro, o a aparecer en el creciente plano de Madrid. Y las montañas lo saben. De hecho, desde las más bajas se otean las torres más altas de la ciudad del Manzanares. Pero ellas también saben que son las dueñas del lugar, que esto es campo y aunque lujosos automóviles desgasten la calle Cristo, en los kilómetros de la periferia sólo hay verde, marrón o amarillo pero todo de origen vegetal, vegetal que hace las veces de inmueble albergando tanto insecto, tanto invertebrado que no entiende de luz eléctrica ni créditos en exceso… Que si un día quisieran, tomarían el lugar. Por eso se ríen hasta las montañas más bajas…

-David, ¿qué es lo que pasa? ¿Te tenemos que perseguir toda la noche para que nos lo cuentes?- Me doy la vuelta, los miro no como si no los hubiese visto salir de casa de Gonzalo tras de mí, sino como si no los hubiese visto en años, dudo unos segundos. Me flaquean las rodillas, me siento en el bordillo de la acera con la cabeza entre las rodillas, y rompo a llorar.

-¡Oye! –. Laura ya está sentada a mi lado mientras Alberto todavía no se cree la escena. – Sea lo que sea, no quiero verte llorar ni un segundo… ¡Con la de razones que tienes para reír!-

-A lo mejor te equivocas…

-No me equivoco. Y si no las tuvieses, ya nos las arreglaremos para crearlas. Basta con creer que están ahí para que empiecen a aparecer de diez en diez.

Capítulo 1, Parte 5 / O cómo diez sentidos la pueden armar

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-¿Cómo dices que se llama la canción?- pregunto con la mirada perdida en el póster tamaño 4:1 de Giselle Bündchen.
-Miradas penetrantes. Y ahora puedes decir aquello de "tócala otra vez, Sam". ¿De qué película era?
Alberto es todo un experto en anécdotas o momentos de películas o libros, pero jamás encontrará la fuente por la que adquirió aquel conocimiento.
-Parece el título de una película porno. Y era de Casablanca. Pero no quiero que la vuelvas a tocar.
-¿Es mala?
-No, nada más lejos, me ha gustado. Pero estoy un poco saturado, ya sabes que no soy de ver películas repetidas hasta que no pasa mucho tiempo.
-¡Pero si cuando te da por una canción la puedes escuchar cien veces seguidas!
-Cierto... Me has pillado. Llevas razón, la música es distinta. Da igual que te sepas el final, de hecho gusta saber qué nota viene en la décima de segundo siguiente.
-Bueno, los hay que presumen de saberse el guión entero de La Guerra de Las Galaxias.
-Eso es otro tema. En Qué Apostamos salía una vez un chico al que le envolvían con papel opaco cualquier juguete y con agitarlo sabía lo que había dentro. Para gustos, colores. Me refiero a que si bien llegar a conocer profundamente un libro, por ejemplo, es meritorio, es porque representa dos cosas: la primera, que te gusta muchísimo, y la segunda, que ha habido un proceso largo en el que te lo has leído diez veces. Que seguramente el que se lo lee se divierta, pero no dejan de ser muchas horas, tumbado en una cama, serio. Esa es la diferencia con la música. Cuando una canción te llena, es capaz de catapultarte de la apatía a la alegría antes de que llegue a entrar el último instrumento. ¿Cuántas otras manifestaciones artísticas, situaciones o personas logran ese milagro en tan poco tiempo?
-Me lo has puesto fácil, pero no quiero hablar de tetas.
-Hombre, no es ninguna tontería. Probablemente el sexo y la música se parezcan más de lo que pensamos. Pero la música tiene más mérito. El sexo es la mayor puesta en escena de los cinco sentidos. Con una motivación obvia, vale, pero los cinco, y siempre los cinco, se visten de tenores y compenetrados pueden estar horas trabajando, ayudándose, disfrutando, recibiendo y enviando información, quemando el guión de la última vez para escribir otro nuevo, que quizá sea eso lo mejor, que cada día sea parecido pero totalmente diferenciable de los demás. Supongo que es el hecho de que los cinco funcionen al ciento diez por ciento lo que hace que dure en el recuerdo. Porque deciden ellos, si ese día la función les gustó, y su opinión no tiene por qué ser la tuya, entonces te la graban en el disco duro. Esos picos de intensidad en la actividad de tu cuerpo y el hatillo de tus emociones se quedan ahí guardados porque tus sentidos los recuerdan. Y cuando a ti te viene a la cabeza, más que como imágenes, más que como una película, recuerdas un gemido, una mueca graciosa, una gota de sudor rodando por donde sea. Lo que a ellos les llame la atención. A los diez, los tuyos y los de ella. ¡Imagínate la que pueden armar una decena de sentidos! Para escribir un libro. Y guardan el libro, el guión o como quieras llamarlo para, el próximo día, en su afán por hacerlo todo diferente, poder prenderle fuego.
-Muy bonito. ¿Y qué tiene eso que ver con la música?
-Pues fíjate, la música te excita, te levanta, te eleva, te hace dar saltos, reír. Te activa. Y sólo mediante uno de los sentidos. Bueno, a no ser que te encante mirar los colorcitos danzantes del reproductor mientras suena. ¿No tiene más mérito? Además, te voy a decir una cos...- el teléfono comienza a sonar con la misma música de siempre, pero distinto. Como si se hubieran elevado todas las notas un octavo, es un presentimiento. Y es Diego. Con noticias importantes.
-Chicos, tengo que irme a casa. ¿Me acompañáis? Por favor. Os cuento por el camino.

Capítulo 1, Parte 4/ O cómo las conversaciones más largas se basan en detalles de un segundo

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De camino a casa de Gonzalo, apenas hablamos. Me encanta eso. Me encanta que puedas estar la serie de minutos que en otras condiciones resultaría preocupante, sin decir una sola palabra, y que no resulte ser una situación incómoda. Solamente una situación más. Me encanta tener a un amigo tumbado en el sofá, yo en el otro, y que cortemos una conversación porque sí, porque no da más de sí, y cada uno se retire en alma, que no en cuerpo, a pensar en sí mismo quince minutos. Eso sí, cualquiera podrá romper el silencio con lo primero que se le ocurra, porque es un silencio circunstancial, no establecido. Por otra parte, y para dar variedad, me encanta que haya momentos, con quien sea, en que nos quitamos la palabra de la boca el uno al otro, momentos en que, con una sonrisa efusiva y llena de fuerza contagiosa, contamos atropelladamente todo lo que se nos ocurre. Sin filtro, tal cual se genera en el cerebro. A veces ni éste mismo lo procesa, con lo cual el oyente no sólo se pierde entre la velocidad de las acciones, sino también por el poco sentido de los juicios que emitimos. Pero no importa, el que quiere contar, cuenta, y el otro, escucha. O no escucha. No importa, lo más importante es esperar pacientemente el turno para poder contar también. En este punto no es relevante si se presta atención o no. Lo importante es soltarlo todo, dejar salir ese borbotón de información y quedar satisfecho. Es como una especie de sexo sin compromiso: cada uno busca su beneficio, pero para ello necesita a alguien, no puede hacerlo solo. Cuando cada uno se desahoga, sexual o conversacionalmente, los dos quedan tranquilos y sosegados, y a otra cosa.
Es curioso, porque somos capaces de resumir un año de carrera en dos frases y quince segundos, pero estos momentos de ímpetu, de pisar el acelerador con la lengua, no se basan en el resultado de unos exámenes. Ni en una oportunidad de trabajar en lo que te gusta. Ni siquiera en un diagnóstico positivo de un amago de enfermedad grave de un familiar. No. Las conversaciones más largas, más envolventes y animadas, se basan en detalles que originalmente duraron un segundo. Una mirada, una frase con doble sentido de parte de una persona especial. Un encontronazo. Un beso. Las conversaciones más largas son por culpa de los besos. Horas y horas y más horas se gastaron infructuosamente desde el principio de los tiempos intentando describir un momento que sólo se puede ilustrar, nunca mejor dicho, mediante una fotografía. Si borraran los besos de las pautas del comportamiento humano, tendríamos tanto tiempo libre, tantísimo tiempo libre, que todos seríamos bilingües. O sabríamos pintar óleos. O entenderíamos de fotografía, podríamos ir por ahí captando los besos de la gente y nos ahorraríamos miles de litros de saliva.

Capítulo 1, Parte 3/ O cómo una sola persona te falta y el mundo entero está despoblado.

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Clavo.

Clavo era la especia. Clavo. Del francés, “clou”. Creo que la filología, cualquiera que fuese, me habría proporcionado más satisfacciones que la Ingeniería Naval. Los navíos es en lo que quiero emplear mis fuerzas y vida, y retirarme en Sri Lanka. Pero la filología es un hobbie-trabajo. ¡Hubiera sido ideal durante la Universidad!

Me admiro ante los estantes del supermercado. Ni de lejos soy un maniático del orden, pero ver todas esas cosas ricas apiladas perfectamente, por sabores, olores, tactos… Me fascina. A menudo sueño que me quedo encerrado en un centro comercial una noche y tengo la libertad para hacer lo que me plazca. Las posibilidades son infinitas. Desde organizar un cross en bicicleta sobre colchones de múltiples grosores y tamaños hasta ver el fútbol en cien televisiones distintas tumbado en un sofá de siete mil euros a la vez que saboreo ciento cincuenta tipos de patatas fritas diferentes.

En esa obnubilación, oigo a mis espaldas una voz conocida. No por mí, sino por casi todos. Gonzalo no es una persona especialmente inteligente ni con muchas virtudes, no destaca en casi nada, pero es de esas personas atrayentes. No atractiva, bueno, no sé, pero atrayente. Don de gentes, lo llaman. Pero él tiene algo más. Gusta tenerlo cerca. Tiene una conversación pegadiza. Y, sobre todo, una sonrisa sincera. Sonríe y te convence de que te conviertas al budismo. Dices algo gracioso y se le ilumina la cara, no finge. Nunca finge.

-¡David Bataller de compras! ¡Mariquita!

Me giro para comprobar el rostro del adulador.

-Y tanto. Ya lo sabes: antes un yonqui imponía y un marica daba miedo. Ahora somos tantos que la gente nos mira con indiferencia.

-Ah. ¿Y tú qué eres?

-Tú me lo dirás. ¿Ambas cosas? ¿No me dijiste el otro día de fiesta que nosotros somos lo que la gente dice?-sentencio con ironía.

-No pienso discutir, barquito. Para ellos, sí lo somos. Y no se lo podemos rebatir. Para nosotros, somos lo que cada día pensemos, ¡por siempre jamás! Pero una cosa te digo: tenemos culo de mal asiento y cada día nos consideramos esto o lo otro. En cambio cuando el resto de la gente tiene una opinión generalizada... ¿Crees que tanta gente se puede equivocar? Son más objetivos que el sujeto en cuestión.-

-No sé. Igual. Pero hoy sale tanto en la televisión el “No importa lo que digan los demás, oh sí, be water” y toda esa mierda, que emprendemos cruzadas contra el que no dice lo que queremos oír.

-Exacto. ¿A que hay personas cuya opinión de ti te importa muchísimo?

-Pocos.

-¿Los hay?

-Los hay.

-Pues eso. Y confías más en ellas que en ti mismo.

-Va Gonzalo, deja para otro rato las conversaciones trascendentales, que estamos sobrios. ¿Qué tal todo? No te he visto en dos semanas.

-Estudio bastante. Miento. No estudio; trabajo. A mí no me gusta estudiar, pero estoy loco con mi proyecto. Por fin tengo libertad, no treinta ejercicios que tengo que empollarme para ver si en el examen me cae algo similar. Ahora paso el día surfeando en Internet, busco en revistas, hablo con profesores –y bien sabes que me atrae poco-; en definitiva, que hago lo que quiero y a mi manera. Si la carrera llega a ser así siempre me cogen para algún proyecto internacional en el Sudeste Asiático.

-Pues cómo me alegro. Ardo en deseos de contemplar tus investigaciones científicas.

-No te rías, payaso. Te lo digo de verdad.

-¿Y yo no? Siempre que te dan rienda suelta es cuando eres capaz de hacer algo en condiciones. De verdad que me interesa. ¿Qué tal con Teresa, habéis quedado últimamente? Mira, te presto tanta atención que me saco rimas.

-No preguntes acerca de lo que no quieras saber.

-¿Por qué…? Ya sé que no es un tema muy de actualidad, pero pasados los estudios… Toca el amor. Salud sé que tienes.

-¿Qué amor?-pregunta sobresaltado.

-Es una forma de hablar, hombre. Suelta, que te veo raro.

-No sé.

-Vamos…

-Qué te voy a contar, tengo una racha extraña.

-¿A estas alturas? ¿Melancólica?

-No no, o sea, no de poner cara de cordero degollado ni suspirar por las esquinas. La echo de menos, pero en el buen sentido, sin tragicomedias. No es agradable acabar con relaciones, no es que creyese que consistiese en presionar un botón… Pero mi ideal se acercaba más al botón que a esto, sí.-sonríe.

-Bueno, fue bastante limpio, ¿no? Y hace ya un par de meses, ¿no está oxidado el botón?

-Limpio por absurdo. Salté del tren en movimiento y se quedó mirando al arcén extrañada mientras éste seguía hasta la siguiente estación. ¿Te ha gustado, eh?

-Metáforas aparte, ¿cómo puedes decir eso? La posición de la otra persona no es la más cómoda, ¿no crees?

-Vale, por el dolor y eso sí… Pero ahora en mi cabecita vizcaína queda el runrún de no saber si he metido la pata. Es el riesgo que corremos los dubitativos: la indecisión. Qué redundante, ¿no? Me refiero a que Tere está en paz consigo misma. Ha pasado, no puede hacer nada, le sonríe al mundo y se encoge de hombros. En cambio yo la veo y se me cae la baba.

-¿Te la secarás con cuidado, no? Que nadie se dé cuenta.

-No, cierro la boca y me la trago.

-¿Por qué me dices esto ahora? ¿A qué viene?

-¡Y yo que sé! ¿Desde cuándo me controlo? ¿Desde cuándo te controlas tú? Me pasa, y punto. Ahora la veo lejos y me causa impresión.-mira a mi mano con el bote de especias y duda un instante.

-¿Qué?

-Pues que mira viendo lo que has comprado me viene de perlas. Digo que no me vale eso de que un clavo saca otro clavo. Claro que hay clavos, las ferreterías están llenas, pero no hay dos clavos iguales, los hay mejores, más interesantes, más bonitos, más de todo. Pero no me dan lo que aquél clavo. La estantería no está tan bien sujeta.

-Pues tú sabrás, poeta de los cojones. ¿Sabes que leí ayer en el As? Sí, en el As. Fréderick Hermel hablaba del Olympique de Lyon y Benzemá o no se qué y citó una cita gabacha muy famosa: "Una sola persona te falta y el mundo entero está despoblado". Toma candela, ahora me sigues con tus discursos literarios.-sonrío triunfalmente.

-¿Hermel dijo eso? No chico, nadie se muere por nadie. Pero hay momentos en que no puedes contener la realidad. El otro día hice algo…

-Joder, ¿no puedes dejar de hacer el tonto? ¿Qué te tomas?

-David, la responsabilidad es mía, pero no soy la persona más expresiva. Bueno, sólo contigo, esta conversación sólo es posible con muchos seres humanos. Así que el orgullo no me deja decir nada a la cara sin tantear el terreno.

-¿Y bien?-pregunto escéptico con una ceja levantada.

-Es una gilipollez, pero me servía. Verás: el otro día estuvimos tomando café, ya sabes, no nos llamamos todos los días pero sí que nos vemos un par de veces en semana. Es inevitable que coincidamos en la universidad casi todos los días, y la verdad es que nos ponemos cualquier excusa para quedar un rato y charlar.

-Ya… Lo mío con Alba es parecido.

-¿Qué dices? Lleváis tres años o así, estáis locos. ¿Boda? ¿Boda? Me molestaría no estar invitado.

-Pss… No me gustan las fechas. Me refiero a que es como estar con tu mejor amiga, te entretienes horas y horas hablando, sólo que te pone cachondo y por las noches se duerme poco. El otro día se me ocurrió que si me dan un trozo de mármol y nociones de arte, soy capaz de esculpirla. Me conozco cada centímetro de su cuerpo. Te lo digo en serio. ¿A que mola mi idea?-

-Sí, podrías regalarle una escultura de su cuerpo desnudo por su cumpleaños. Con todo detalle. Seguro que le ganabas en originalidad. Desde luego, se asustaría. No, no lo hagas. Además, con esas manazas seguro que la has deformado ya.

-Pero qué dices, la toco con suavidad, por eso sigo sabiendo cómo es su cuerpo cuando mis manos no están tocándola. No seas tonto. Va, sigue.

-Bueno, el caso es que una vez que fue al baño… Mira, esto me da mucha vergüenza, no te rías, ¿vale? Sólo quería ver su reacción. Sabes que soy muy de cartas, y en un descuido le metí en el bolso la reina de corazones.

-¿Y la reina de corazones significa algo para vosotros?

-No, pero no sé, es la reina de corazones.

-¿Y qué pretendías conseguir con esa estupidez?

-Pues lo que pasó. Ayer estuvo en casa con una amiga y yo tenía mi baraja de póker encima de la mesa. A la mano, vaya. Pues la chica se creyó más lista que yo y la cogió disimuladamente por primera vez en su vida y fue pasando carta por carta.

-¿Y estaba Doña Sofía de Grecia?

-En cierto modo. Había una carta de las del reverso blanco de cuando éramos pequeños, que, sin dibujos, tenía escrito “Reina de Corazones” con bolígrafo.-

-Vaya cerdo manipulador. ¿Dijo algo?

-No, pero su cara de contrariedad me encantó.

-Después de esa jugarreta darás algún paso más, quiero suponer…

-Sí. O sea, creo que sí. Quiero dejar las cosas suceder, sin precipitarme. Sin preocuparme. Ir tanteando, y tanteándome también a mí mismo. Pero ver poco a poco su reacción e intenciones. ¿Y si decido que soy tonto y ya no me acepta?

-Yo le daría un aplauso. Es probable, en su derecho está. Pero sólo hay una forma de comprobarlo.

-Ya… Eso, que ya veremos, que sólo quería saludarte y me has liado.

-¿Te he liado? Serás…

-Calla anda, y vente a casa un rato, viene Laura con Alberto a presentarnos su nuevo single.

-¿Y pretendes seducirme para que vaya con esa noticia?

-Sí. ¿Y lo que nos vamos a dar con las rodillas por debajo de la mesa?

-Acepto a regañadientes.-y no puedo evitar soltar una carcajada.