Capítulo 1, Parte 8 / O cómo la frase "aunque tú me odies, yo te quiero" es más que un bonito nick del Messenger

Publicado por joseángel 0 comentarios

Me despido de Alberto y Laura esbozando una sonrisa de regalo, para tranquilizarlos. Porque las sonrisas tienen un precio. Las espontáneas son gratis, y se pueden considerar un regalo, sí, porque nunca una sonrisa, que no una risa, ha portado maldad. Yo me refiero a sonrisas de regalo. Las que a pesar de no apetecerte, existe alguien que las necesita. Esa es la sonrisa que envuelvo a la pareja, una piadosa, un poco mentirosa.

Camino hacia casa, con la cabeza gacha, no por abatimiento, sino por pensamiento acelerado. No puedo parar de pensar en lo que probablemente se avecine… Siempre me ocurrió. Buscar remiendos para los problemas antes de que se confirmen como tal. Impaciencia, divino tesoro. En el momento en que las llaves no están, como siempre, en el bolsillo derecho, antes de pensar dónde he podido dejarlas ya comienzo a imaginar excusas a un récord seguramente inalcanzable para cuando llegue la hora de pedir una copia a papá. Y ahora todo un sinfín de situaciones se me plantean, y todas sin una madre que esté ahí para estar orgullosa, o enfadada, alabándote o lanzándote los objetos de la habitación a la cabeza. No importa tanto el contenido de la relación, importa que esté ahí. Para lo que sea. Se me anudan las cuerdas vocales y me palpita la sien de pensar en volver a casa y que sólo sea un edificio, un edificio en el que no viven mi madre y mi padre. Con veintipocos me gusta saberme el dueño de mi vida, viajar a Londres, París o Manila, decidir qué hacer hoy sólo cuando me levante por la mañana y no antes, cantar, saltar, reírme hasta conseguir ese reconfortante dolor abdominal y ser libre, no dar explicaciones a nadie, pero esa sensación de estar saboreando la edad adulta sin responsabilidades que la justifiquen sólo es posible si tienes una familia que siempre te recogerá con los brazos abiertos aunque llegues gateando con un nivel de alcohol en sangre asombroso jugándote medio curso al día siguiente. Aunque no seas lo que ellos querían que fueses. Aunque seas el hijo menos deseable que dos personas en su sano juicio, con un gran amor uniéndolos y toda la vida por delante, podrían desear. Porque eres “suyo”, no de su propiedad, no porque se identifiquen contigo o al mirarte vean un vástago al que poder amoldar a su manera para conseguir lo que ellos no pudieron… Si no porque por alguna razón, que quizá tenga que ver con compartir unos genes o no, te van a querer. Y sólo soy realmente consciente de ello desde que un día mi madre me dijo, habiéndome enfadado yo por no conseguir el juguete o la chuchería que desease en aquel momento:

-Hijo, acuérdate de que aunque tú me odies, yo te quiero.-

Y con aquella oración llego a la puerta de casa, por segunda vez hoy, apenas unas horas después, y todo luce tan diferente… Ojalá pudiera presionar un botón y manejar la vida como una jarra en un torno. Advertir que hay un error, o algo que no debe ser así, y solucionarlo con poner el dedo y ver la vida girar. Así debían sentirse los dioses en el Olimpo. Manejar la vida con los dedos y a base de soplidos tiene que ser divertido. Bueno, por un tiempo. Rara vez se ve a Zeus sonreír en las pinturas.

Capítulo 1, Parte 7 / O cómo a veces se agradece más el silencio que un consuelo demodé

Publicado por joseángel 0 comentarios


-Chicos, es mi madre… No se encuentra demasiado bien. Veréis, no quise decirlo antes porque no me apetecía que se supiera antes de saber qué era, y como el final fue feliz, me pareció innecesario. Hace unos meses empezó a sufrir dolores en el abdomen de forma repentina, y hasta la cuarta visita al médico no parecía tener causa aparente. Fue entonces cuando le diagnosticaron un quiste en el páncreas.-
-¿Qué es eso? –pregunta Laura con el gesto un tanto quebradizo, como siempre que habla de enfermedades. Es una hipocondriaca convencida, hasta el punto de que su madre le prohibió ver el telediario ante el gran número de epidemias descritas por Matías Prats que contraía su hija.
-Una especie de saquito, con una membrana propia, lleno de fluidos y que sólo pretende dar por el culo allá donde se sitúe, que por cierto es donde mejor le parezca a él.
-¿Como un tumor?-
-Parecido, sí.-
-Bueno, ¿y por qué fue feliz el final?-
-Porque resultó ser benigno. Los quistes no tienen por qué hacer daño al organismo, puede que exijan un tratamiento preventivo, pero pueden ser benignos. Éste lo fue. Pero no es éste el motivo de la llamada de mi hermano. Es que puestos a jugar a las cartas, os muestro la baraja entera. Hace unos días le diagnosticaron problemas en un ovario.-
-¿Otro quiste?-
-Un tumor. Y de los malos – noto como la mano de Laura aprieta la mía con fuerza. Puedo sentir los latidos de su corazón mediante los golpecitos que da la piel de sus manos entre las mías. Alberto no sabe qué decir. La gente normalmente no sabe qué decir ante estas situaciones, porque el “lo siento” es evidente y no arregla nada. Yo prefiero el silencio. Son silencios más cómodos que el intercambio de consuelos demodé, apresurados y torpes. Si no innovan, si no te arrancan una sonrisa restándole importancia o dice algo para levantarme el ánimo que no me haya podido imaginar que me dijesen... Prefiero el silencio. De todas maneras, no hay por ahí muchas personas con capacidad para sorprenderme. Además, hay confianza para obviar las formalidades. A menudo es más cortés callarse en determinadas situaciones que decir lo que se supone que hay que hacer. Una extensión más de la filosofía del hacer lo que apetece y se considera mejor y más rentable, no lo que debamos o es lógico.
-Lo siento… - susurra Laura.
-Se lo han descubierto avanzadísimo. De hecho, los médicos no entienden que no se percatase antes de que algo no iba bien dentro de ella. El tumor está muy desarrollado, pero los síntomas más naturales en estos casos son inflamación abdominal, dolor, dificultad para digerir… Muchos de ellos coincidentes con los problemas en el páncreas.-
-Pero… El ovario no está donde el páncreas…-
-No, pero un tumor como el que han descubierto ahora está provocando un fallo multiorgánico que desvía la atención hacia demasiados sitios. Nos han dicho que no nos hagamos ilusiones. Es muy difícil que salga de ésta. – ahora es ella la que no sabe qué decir, y la imagen se queda congelada. Parece que se sorprendan ellos más que yo. Cuando algo horroroso te ocurre a ti, la asimilación es acelerada, te conciencias y apuestas por salir lo más rápido posible del callejón, porque a menudo caminas por él para acabar deslumbrado delante de la tapia que indica que no tenía salida. Y entonces te arrepientes, porque en realidad sabías que por ahí no se iba a ninguna parte. Estabas convencido, pero no lo querías reconocer. Ahora bien, una mala noticia de otra persona asusta, y el miedo es a veces peor que la certeza. A la certeza te enfrentas; ante la mínima duda o posibilidad temes, temes y tu imaginación vuela para crear toda una serie de catastróficas y similares desdichas ocurriéndote el mismo día y a la misma hora, pero sin saber qué día ni a qué hora. Vuela como el buitre que espera a que su presa exhale el último aliento. Juntas todas las desgracias que has oído ese año para convencerte de que algún día te vendrán a ti todas de golpe, porque nadie está a salvo de nada, la vida nos trata con el mismo rasero. ¡Somos polvo en el aire a merced de tantas casualidades que tienen que darse para que podamos considerarnos felices! Lo que me toca, por esta parte, es soplar para ir allí adonde yo quiera.

Capítulo 1, Parte 6 / O cómo las bajas montañas se ríen de Villanueva de la Cañada

Publicado por joseángel 0 comentarios

Salimos de casa como algún equipo de un deporte ficticio de tres personas en que el capitán vaya delante con cara de preocupación y los otros dos jugadores, una jovial pareja que se pregunta qué le han comunicado al capitán por teléfono para que le tiemble la voz. El capitán delante, y sus secuaces detrás.

Las noches de abril en Villanueva de la Cañada poseen un aire característico. No es ni norte ni sur, pero goza de una personalidad propia que no es mezcolanza de ninguna latitud. Es el centro, perdido en donde sea, con su gracia propia. Es a menudo un sol agradable, a veces hiriente si se enfada, pero con una brisa fresca que te recuerda lo cerca que están esas montañas que observan el paraje con una sonrisa burlona. Porque chalets, más chalets, universidades y terrazas, son un amago de ciudad. La distancia con la capital de España no es lo suficientemente grande como para que un par de bloques de pisos no aspiren a que algún día llegue el metro, o a aparecer en el creciente plano de Madrid. Y las montañas lo saben. De hecho, desde las más bajas se otean las torres más altas de la ciudad del Manzanares. Pero ellas también saben que son las dueñas del lugar, que esto es campo y aunque lujosos automóviles desgasten la calle Cristo, en los kilómetros de la periferia sólo hay verde, marrón o amarillo pero todo de origen vegetal, vegetal que hace las veces de inmueble albergando tanto insecto, tanto invertebrado que no entiende de luz eléctrica ni créditos en exceso… Que si un día quisieran, tomarían el lugar. Por eso se ríen hasta las montañas más bajas…

-David, ¿qué es lo que pasa? ¿Te tenemos que perseguir toda la noche para que nos lo cuentes?- Me doy la vuelta, los miro no como si no los hubiese visto salir de casa de Gonzalo tras de mí, sino como si no los hubiese visto en años, dudo unos segundos. Me flaquean las rodillas, me siento en el bordillo de la acera con la cabeza entre las rodillas, y rompo a llorar.

-¡Oye! –. Laura ya está sentada a mi lado mientras Alberto todavía no se cree la escena. – Sea lo que sea, no quiero verte llorar ni un segundo… ¡Con la de razones que tienes para reír!-

-A lo mejor te equivocas…

-No me equivoco. Y si no las tuvieses, ya nos las arreglaremos para crearlas. Basta con creer que están ahí para que empiecen a aparecer de diez en diez.