Publicado por joseángel

Creo que he vivido la noche más surrealista de mi vida en una cama. Y aunque parezca un chascarrillo que puede sonar a poca experiencia sexual, me refiero a dormir. Vale, que es lógico y normal dormir poco la noche que te enteras de que a tu madre le queda poco tiempo de vida, sí. Por eso me he dormido a las tres de la mañana y sólo conseguí pegar ojo por agotamiento mental. A menudo me imagino mi mente como en los documentales del sistema nervioso: un sinfín de latigazos de luz a velocidades que se ríen de la de esta última. Una estampida de haces de ideas supersónicas chocando sin ningún sentido, derivando en destellos estrellados, con el único objetivo de no sacar ninguna conclusión y volver al principio. Al principio para el cual no hacía falta ningún latigazo de luz hiperveloz. Al principio que puede escribir un niño pequeño en el suelo con una rama, porque es así de simple: ¿por qué mi madre? Creo que lo que más me molesta es tener que fingir buena cara el mismo día que me entero de la noticia por el mero hecho de que la afectada sea tan optimista que parezca que nada le importe. Las cosas pasan, sí, y se asume, pero quiero unos días de margen, ¿no? Siempre he dicho acerca de la gente que no me merecía la pena que “Algunos creemos que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud”. Aristóteles sabía del tema. Pero el caso es que nunca había visto la igualdad desde su segunda afirmación. Así que ahora tocará decir que “Algunos creemos que para estar sano basta con desear la salud, como si para ser amigos bastara con querer”. O más bien, “algunos creemos que porque uno sea una más o menos buena persona, no tienen que pasarle cosas malas a los seres queridos, y si deseamos que no sea así cuando ya es inminente, el firmamento nos debe algo y lo arreglará… Como si para ser amigos bastara con querer”. Qué enrevesamiento, por Dios. Y son las seis de la mañana.


Tres horas de sueño. Y por ello digo que ha sido mi noche más surrealista, porque yo sólo sueño cuando no quiero ir a clase y atraso el despertador. Pero soñar estando profundamente dormido… No sé. Como siempre, no me acuerdo muy bien. Pero no tengo en la memoria una historia resumida, tengo retazos nitidísimos y claros totalmente vacíos de información. ¿Soñar por la noche? Yo no. Igual es que no estaba profundamente dormido. Igual estaba esperando oír la llave en la cerradura… Pero claro, no quisiera haber bajado en caso de que llegasen, no me apetece montar un número melodramático de hijo desesperado. Las cosas, como son. Y aunque apenas me acuerde del sueño, ha sido tan real… Qué afirmación más típica. Pero esta vez lo digo en serio. No sabría describir la sensación. Estaba en una sala azul. Señorial, como un buffet de abogados. Como el despacho del malo de Prison Break. Pero sentado en la silla giratoria y tapizada con algún tipo de cuero delicioso al tacto. Las puertas se abrían y entraba yo mismo. También típico. Pero no era yo, era otro yo. Era un yo que sabía algo. Y con algo quiero decir ALGO. Como si tuviese las respuestas para todos los interrogantes de la vida, esas que se hacen y que se intentan responder en los canales culturales. Hoy estoy pesado con los documentales… Era otro David. Pareciese que aquél David fuese más inteligente que yo, pareciese que nunca podría sorprenderle en una conversación. Quiero decir, en una conversación que no fuese acerca de los interrogantes de la vida, que eso es obvio. Como si fuese una versión al 110% de mí mismo, de forma que sabe todo lo bueno que soy capaz de dar, pero además el tiene un par de ases en la manga. Era un David con una novia más guapa que la mía. Con una novia que se rompiese de guapa, pero que no querrías ni pretender tirártela porque no te la tirarías ni la mitad de bien que él. Y no creo que saber todos los interrogantes de la vida le hiciera interesante a simple vista. De hecho, creo que a mí me harían más infeliz. Pero era otra cosa: era el contexto. Era el saber estar. Era su puta media sonrisa. En el sueño estaba muy nervioso por culpa de la media sonrisa. Además, el holograma de mi versión mejorada se pasó los cinco primeros segundos del sueño parado en el umbral de la puerta. Y sólo me dijo, antes de entrar una estupidez:

“David, es hora de que saltes al vacío. Pero no te lo creas, y nunca dejes de leer la letra pequeña”.