Publicado por joseángel

Giro la llave dentro de la cerradura y empujo creyendo que no acciono una puerta, sino una losa. Ni siquiera tiene bisagras: es una puerta corredera. Ya no hay llave. Por un momento me transporto a otro mundo y creo estar arrastrando una puerta secreta de piedra de algún templo que me lleva a algún rincón apartado, a una salida, a una oportunidad. Es una sensación extraña, mi maldita imaginación me juega malas pasadas a menudo. Pero cuando veo el interior de la estancia despierto de mi ensoñación al comprobar que allí no hay nadie. Esperaba una familia abatida, algún familiar en silencio, un vecino consternado. Pero sólo me recibe Figo con su esquiva carrera desde la cocina escaleras arriba. Por algo será.
En medio de ese erial, prácticamente veo el cielo abierto. Me hubiera gustado fundirme en un abrazo con mi madre y llevar a cabo el ritual que dictan las escrituras que debe hacerse para dejar claro que quieres a alguien y la apoyarás hasta el fin. Pero cuando las cosas están claras, veo ese abrazo redundante. Sincero, claro, pero no me gusta hacer lo que aunque me apetezca hacer, de todos modos estaría obligado. Así que prefiero escaparme, evadirme, esconderme hasta que pase la marea y asomar la cabeza cuando aún huele a salitre, pero ya se ha calmado todo y nos podemos dejar de evidencias.





En esa cueva, toda oscura, me preparo para irme a la cama. Son las once de la noche, estoy cansado, porque la cabeza cansa más el alma que las carreras que pueda pegarse el cuerpo, y tiene pinta de que allí no va a venir nadie hasta bien entrada la madrugada. No tengo ni idea de dónde estará todo el mundo, pero esta noche me importo yo. Porque en esta situación, sabiendo que alguien va a dejarte, no soy capaz de compadecerme de nadie. Quiero ser egoísta, y plantearme la cuestión: ¿por qué? ¿Qué es lo que he hecho yo? No es justo. Quizá sea un pensamiento infantil e inmaduro, pero a mí no viene nadie a regalarme nada, y ahora, sea quien sea, alguien está a punto de arrebatármelo.

Y en estas estoy, duchándome, cenando cualquier cosa, como un robot, como llevado en volandas por el instinto y la rutina antes que por el raciocinio, a ratos nadando en un mar de lágrimas, a veces distraído por las divagaciones de la mente que ese ladrón de seres queridos me dio en su día. En esas estoy, queriendo que todo cambie. Que mañana sea otro día. Bueno, mañana será otro día, de eso no hay duda. Pero ojalá fuese todo diferente. Ojalá me despertara en un mundo donde las cosas que escapan a mi control no duelan tanto.
Cuando estoy a punto de saltar a la cama con la esperanza de que se doble, me mastique con los muelles del colchón y me devore, veo una nota en mi escritorio. Es la letra de mi madre, que reza así:

“Estamos en casa de tu abuela, en Madrid, porque mañana tengo que ir al médico. No quería que vinieses porque tu padre me ha dicho que mañana tienes cosas que hacer e iba a ser muy difícil convencerte de que no lo hicieras.
David, acuérdate de una cosa, que nos conocemos, piensas demasiado: puedes estar triste cuando a mí me veas triste. ¡Que no sea tu madre más valiente que tú!”.

Odio las frases lapidarias de mi madre, sería una buena abogada, porque está repleta de falacias incontestables. Que ella sea una sonrisa andante llueva o truene no quiere decir que hoy yo no tenga derecho a estar queriendo con todas mis fuerzas que mañana el mundo sea otro, me despierte en Neptuno, vaya a clase en mi nave espacial intergaláctica de los cojones, tenga que matar por el camino a un par de cazarecompensas que me quieran atacar con sus espadas láser en busca de unos cuantos rublos espaciales de nova, me secuestren dos semanas para que les ayude, con mis conocimientos navales, a crear el arma definitiva para derrotar a la reina de la séptima luna del planeta X-DYE, y me hagan pasar infinidad de calamidades… Deseo que mañana el mundo sea otro, que cambie todo, pero que al llegar a casa no tenga una familia incompleta. En el contexto que sea.
Decididamente, hoy seguiría al conejo blanco por cualquier madriguera. Y es cierto que una vez me dijeron que tuviese cuidado con lo que deseo… Pero no creo que nadie ni nada me dé la oportunidad de arrepentirme de las ganas que me recorren las venas de tirarlo todo por la borda y ser mañana un ignorante y comenzar de nuevo, que nada me preocupe. Quisiera ser un bebé de nuevo, y tener que aprender a hablar, caminar, coger el teléfono y ser capaz de colgarlo sin tirarlo al suelo. Sería emocionantísimo. Porque entonces iría al grano, no perdería el tiempo mirando el móvil en la cuna: centraría todo mi potencial de aprendizaje que tendría como bebé en convertirme en un adulto que se acercara lo máximo posible al control de las propias emociones.