Publicado por joseángel

“…nunca dejes de leer la letra pequeña”. La frase me ha seguido dando vueltas en la cabeza hasta las nueve, cuando ya he decidido ponerme en pie. En la casa reina un absoluto silencio; todavía no han llegado.
Como cada vez que no paso una buena noche, o que me quedo un rato traspuesto en el sofá, me levanto… Y pareciese que mi cuerpo no estuviese diseñado para caminar erguido. Me flaquean las rodillas y veo cómo a mi alrededor empiezan a girar un montón de lucecitas blancas, en un perfecto círculo que me rodea con rigor físico pero no amenaza con acercarse. No obstante, tras unas pinceladas de desorientación y un par de pestañeos potentes intencionados, aspiro una fuerte bocanada de aire y me recorre un viento que podría ser de los Alpes, que me llena de energía hasta el último escondrijo de los pulmones. Hoy siento algo poderoso, como beber un vaso de agua y tener la sensación de que no baja por el esófago, sino por un millón de conductos que te atraviesan el pecho e irrigan a presión todas las células de tu cuerpo.


Hoy será un gran día. Nunca creí en ese instinto que te acomete al despertar que te susurra que esta o aquella jornada será especial sin que tú hagas nada por que lo sea. “Acuéstate con mil chicas y verás que ninguna es más especial que las demás” me dijo una vez Neil Strauss. Pues, ¿por qué iban a existir días distintos por su propia naturaleza? La homogeneidad de tantos y tantos días dispuestos en tantos y tantos meses se tragaría cualquier intento de distinción por parte de alguno. ¿Por qué iban a comenzar algunos días siendo mejores? ¿Por un affaire del destino? ¿Por el batir de alas de una mariposa en Hong Kong? Los días serán distintos porque te esfuerces en buscarles las cosquillas y en sacarles virtudes, resquicios que te aporten algo, que te sirvan oportunidades. Porque le eches un gran saco de ganas. Como con ellas. Pero hoy me siento diferente. Más vivo.

Hoy cualquier canción me hace dar saltos y querer saltar por la ventana sólo por ver qué pasa. Y es que a menudo lo pienso… Estar en el alféizar de una ventana de un sexto y pensar: ¿y si salto? Es muy fácil, primero una pierna, después la otra… Zas, y al vacío. Como decía mi sueño. Y en realidad, sólo hace falta que mi cerebro envíe una onda a mis músculos. Pero instantáneamente siempre me digo: “sabes que no lo vas a hacer, y por eso te permites pensar en ello con tanta soltura. Por muy fácil que sea, el espacio entre saltar y no saltar es un abismo porque simple y llanamente, estás cuerdo”. Aunque, si esa es la prueba de la cordura, creo que los manicomios son una institución muy elitista que sólo elige a los que saltarían sin dudarlo dos veces.
Esta mañana no arrastro tanto los pies de camino al baño. No parece lógico que después de una triste noticia me sienta con tantas ganas de comerme el mundo a bocados. Pero soy más liviano, una ráfaga por la ventana y voy volando a renovar el DNI. Uf. La burocracia de la cartera de cuero siempre me trajo de cabeza. Pero hace ya dos meses que cumplió, y ya decía Murphy que basta que creas no necesitar renovar papeles para que toque al timbre una necesidad exterior que te exige el cumplimiento de unas normas que poco tienen que ver con la vida cotidiana.
No. No me miro al espejo. Nunca me miro al espejo por la mañana. A la ducha sin pensarlo. No tengo por qué rendirme cuentas a mí mismo por la mañana. Para eso ya están mejor los demás. En cuanto salga al mundo exterior me juzgarán un par de veces por minuto, para qué añadir una unidad más al contador. Entro en la ducha y cierro la cortina. ¿Esponja verde? ¿Dónde está la mía? ¿Gel para piel seca? ¿Dónde están mis cosas? No puedo con Diego… Su cabeza es una obra de la genética, pero el sentido del orden se lo dejó tirado en la calzada el día en que se cayó de la bicicleta en Valdemorillo. Y las ganas de que el agua fría cubra cada centímetro de mi piel y me envuelva en otra dimensión, la del mundo de los despiertos, es mayor, mucho mayor que las ganas de ir a buscar mis útiles al otro baño, o a la despensa, yo que sé.