Publicado por joseángel

Salimos de casa como algún equipo de un deporte ficticio de tres personas en que el capitán vaya delante con cara de preocupación y los otros dos jugadores, una jovial pareja que se pregunta qué le han comunicado al capitán por teléfono para que le tiemble la voz. El capitán delante, y sus secuaces detrás.

Las noches de abril en Villanueva de la Cañada poseen un aire característico. No es ni norte ni sur, pero goza de una personalidad propia que no es mezcolanza de ninguna latitud. Es el centro, perdido en donde sea, con su gracia propia. Es a menudo un sol agradable, a veces hiriente si se enfada, pero con una brisa fresca que te recuerda lo cerca que están esas montañas que observan el paraje con una sonrisa burlona. Porque chalets, más chalets, universidades y terrazas, son un amago de ciudad. La distancia con la capital de España no es lo suficientemente grande como para que un par de bloques de pisos no aspiren a que algún día llegue el metro, o a aparecer en el creciente plano de Madrid. Y las montañas lo saben. De hecho, desde las más bajas se otean las torres más altas de la ciudad del Manzanares. Pero ellas también saben que son las dueñas del lugar, que esto es campo y aunque lujosos automóviles desgasten la calle Cristo, en los kilómetros de la periferia sólo hay verde, marrón o amarillo pero todo de origen vegetal, vegetal que hace las veces de inmueble albergando tanto insecto, tanto invertebrado que no entiende de luz eléctrica ni créditos en exceso… Que si un día quisieran, tomarían el lugar. Por eso se ríen hasta las montañas más bajas…

-David, ¿qué es lo que pasa? ¿Te tenemos que perseguir toda la noche para que nos lo cuentes?- Me doy la vuelta, los miro no como si no los hubiese visto salir de casa de Gonzalo tras de mí, sino como si no los hubiese visto en años, dudo unos segundos. Me flaquean las rodillas, me siento en el bordillo de la acera con la cabeza entre las rodillas, y rompo a llorar.

-¡Oye! –. Laura ya está sentada a mi lado mientras Alberto todavía no se cree la escena. – Sea lo que sea, no quiero verte llorar ni un segundo… ¡Con la de razones que tienes para reír!-

-A lo mejor te equivocas…

-No me equivoco. Y si no las tuvieses, ya nos las arreglaremos para crearlas. Basta con creer que están ahí para que empiecen a aparecer de diez en diez.